La procreación es el instinto más básico y fuerte del reino animal, un mandato social, religioso y cultural. Para aquellas personas en las que ese instinto está bloqueado incomprensiblemente significa una tremenda carga psicológica.
“Relajate, que ya te vas a embarazar”. Por más bien intencionado que el consejo pueda ser, puede exasperar, y hasta enfurecer, a cualquier mujer luchando contra la infertilidad. Esta escena que puede parecer hasta tener rasgos de ficción, es una situación que se presenta a diario en el consultorio de un ginecólogo especializado en infertilidad. Desde hace ya más de tres décadas que los profesionales de la medicina reproductiva hemos reconocido el impacto del estrés sobre el paciente infértil: no necesariamente como causa de la infertilidad en sí misma, pero como una seria complicación de la patología y su tratamiento.
Esta noción nos ha llevado a ver la salud reproductiva desde otra perspectiva, una perspectiva más integral: la noción de que los aspectos mentales, emocionales y físicos de la infertilidad están entrelazados. Así concluimos que encarar el tratamiento de la infertilidad sólo en su aspecto clínico es, en el mejor de los casos, ineficiente, y en el peor ineficaz. Hace cincuenta años, los colegas podrían sostener que una mujer estaba histérica y por eso no conseguía embarazarse. Con la evolución de las técnicas diagnósticas las causas psicológicas de la infertilidad han tomado una nueva dimensión y protagonismo. Hoy no dudamos de la existencia de una variedad de matices que entrecruza factores psicológicos con los fisiológicos.
Estrés, ansiedad y depresión
Las investigaciones de medicina del comportamiento o también conocida como medicina mente-cuerpo sobre la infertilidad son tan tempranos como 1987. Estudios avalados por la Escuela de Medicina de la Universidad de Harvard de 1993 pusieron en evidencia que los niveles de depresión y ansiedad por los que atraviesa una mujer con diagnóstico de infertilidad son comparables a los que puede atravesar un paciente con enfermedades graves coronarias, VIH e incluso cáncer.
La definición técnica de estrés involucra una respuesta de nuestro cuerpo a cualquier demanda. Puede ser la consecuencia de una gran variedad de estímulos físicos y emocionales incluyendo conflictos internos e hitos significativos de nuestras vidas. El estrés es un estado en el que tienen lugar una cadena de reacciones glandulares y hormonales con el fin de ayudar a nuestro organismo a adaptarse y enfrentar las nuevas condiciones y circunstancias del entorno. Cuando esta exigencia se sostiene en el tiempo, la reacción de estrés se convierte en un factor que amenaza al organismo, lo quebranta, volviéndolo proclive a la aparición de disfunciones y enfermedades. La experiencia negativa del diagnóstico de infertilidad o los continuos fracasos en los intentos por lograr un embarazo elevan considerablemente los niveles de estrés. Estrés que, a su vez, disminuye las probabilidades de éxito de un tratamiento de fertilidad. Sentimientos de angustia y ansiedad pueden surgir caracterizando la vida emocional de quienes transitan esta experiencia, pudiendo llegar hasta estados depresivos severos. La calidad de vida se ve afectada, las relaciones consigo mismo y con los demás.
Los síntomas de la depresión pueden variar de persona a persona, pero existen signos inequívocos que delatan su presencia. Son signos de depresión son un estado de ánimo triste o deprimido persistente que puede ir acompañado de:
• disminución o aumento de apetito;
• aumento o disminución significativo de peso;
• insomnio o hipersomnia;
• fatiga;
• sensación de intranquilidad;
• culpa excesiva o inadecuada;
• aislamiento social;
• falta de interés por las actividades que le son agradables;
• dificultad para pensar o concentrarse;
• sentimientos de inutilidad;
• pensamientos recurrentes sobre la muerte; y hasta,
• pensamientos suicidas.
Los signos de ansiedad se manifiestan en:
• preocupación o miedo de que algo malo va a ocurrir;
• temblores o contracciones nerviosas;
• fatiga;
• inquietud;
• tensión muscular;
• nerviosismo;
• mareos;
• pulso o respiración acelerados, hiperventilación;
• sudor frío y manos húmedas;
• boca seca;
• síntomas gastrointestinales como náuseas o diarrea;
• irritabilidad o impaciencia; y,
• atención dispersa.
Comparar los niveles de estrés a la que puede estar sujeta una persona con infertilidad con los de las llamadas enfermedades graves puede parecer exagerado. Sin embargo, deja de serlo cuando entran en consideración las derivaciones personales y sociales que le son propias a la experiencia de la infertilidad:
• efectos en la relación de pareja;
• influencia sobre la vida sexual;
• repercusión en las relaciones familiares y en el círculo íntimo de amistades;
• efectos sobre el desempeño laboral;
• preocupación sobre la economía; y,
• contradicciones religiosas.
Si bien el pico de estrés para las parejas que luchan contra la infertilidad se ubica entre el segundo y tercer año de intentos, los síntomas de angustia y ansiedad pueden observarse más temprano. Los especialistas comprendimos esta relación y su importancia siendo pioneros en el intento por revertir esta situación e incorporar complementos psicológicos a la terapéutica clínica.
Muchas mujeres llegan al consultorio convencidas de que “tocaron fondo”. La evidencia demuestra que aliviando esa angustia mental y emocional, los tratamientos de fertilidad se vuelven más efectivos.
Lo fundamental es saber que en Medicina el complejo mente-cuerpo está muy presente en las mujeres con infertilidad, y que éstas aprendan con ayuda psicológica y de su médico de cabecera cómo influir sabiamente sobre sus sistemas de regulación cuerpo – mente ayudará mucho para encarar los tratamientos, tomar decisiones correctas y optimizar los resultados. Convertir una situación conflictiva en una experiencia llena de significado es esencial para encarar cualquier tratamiento de fertilidad, y así tomar las decisiones correctas y aumentar sus chances de éxito.